martes, 20 de diciembre de 2011

Poesía y erotismo



Por Juan Carlos Céspedes (Siddartha)

El hombre siempre ha sido amigo de la definición y la clasificación en un intento por encontrarse y comprenderse, pero, desafortunadamente para él, o por mejor decir, para su fortuna, hay cosas que son indefinibles en su real y verdadera dimensión.
En cierta ocasión, según cuenta el argentino Roberto Curto en el prólogo del libro “El Arte de los Maestros Zen” de Tao Yuang, una dama muy bien vestida se acerca al gran Louis Armstrong y le pregunta:
─ ¿Qué es el jazz, señor Armstrong?
Y éste sabiamente le responde:
─ Señora, si necesita preguntarlo, nunca lo sabrá.

Siempre he pensado que la poesía es indefinible, no importa que cada poeta tenga su versión, pues es natural y comprensible que hagamos intentos para no ir tan perdidos en un mundo donde cada día abunda mayor información, mayor tecnología, pero también más soledad. No en vano el escritor español Pío Baroja decía acertadamente: “El hombre poetiza todo lo lejano”.

En verdad, para quienes les gusta y sienten la poesía, es fácil saber lo que es. Pero cuando la tienen que explicar, comienzan las palabras que van y vienen sin gran trascendencia.
Una vez el pianista de jazz Bill Evans, conocido como el poeta del piano, dijo: “Intentar definir el jazz es como intentar definir al Zen: en cuanto dices qué es, ya estás equivocado”. Yo me apropio de estas deliciosas palabras del maestro Evans para aplicarlas a la poesía.
Y si ya es complicado definir la poesía, cuanto más el erotismo. Buscando auxilio en los grandes de la literatura, Octavio Paz, ese hermano mayor, decía: “Erotismo y poesía: el primero es una metáfora de la sexualidad, la segunda una erotización del lenguaje”.

Para los griegos la cuestión del amor era menos complicada que para nosotros, pues ellos tenían palabras específicas para las ramificaciones de este sentimiento. El amor storgé, por decirlo de alguna manera, era el afecto especial, el que se siente hacia los miembros de la familia.
El filia o Filía, es el amor fraterno, recíproco, ese amor condicional del tipo “si tú me tratas bien, yo te trato bien”.
El agape, un amor incondicional fundado en el comportamiento con los demás, independiente de sus méritos. Es el canon cristiano.
El amor ludus, amor juguetón, hedonista y sin compromiso.
Y el eros, amor erótico, sentimiento fundado en la atracción sexual.
No los voy a cansar con una explicación del origen de la palabra eros, porque es suficientemente conocido por todos.
En nuestra actual cultura occidental todos estos sentimientos los hemos derivado hacia una sola palabra: amor. Es debido a ello la degradación y manoseo de la palabra y sus nefastas consecuencias, sino que lo digan los poetas.

El francés Jean Cocteau, artista integral, decía: “Yo sé que la poesía es imprescindible, pero no sé para qué”. Si no se puede definir qué es, sí costará mucho trabajo, en un mundo utilitarista, precisar para qué sirve.

Una de las certezas que primero se aprende en los talleres literarios, los que tienen la fortuna de estar o pasar por ellos, es comprender que la poesía es un horizonte siempre al frente, inalcanzable, inaprensible. Sucede a veces, por esos misterios del arte de la palabra, que alguien logra un texto casi perfecto, y pareciera que todo se definiera con claridad meridiana. Pero al cabo percibimos, incluido su autor o autora, que no es más que una ilusión. Es como si al despejar una incógnita, se abriesen muchas más. Es la Matrioska o muñeca rusa, que se hace más pequeña, pero que se agiganta en su significancia.

Si al decir de García Lorca: “La poesía es algo que anda en la calle”, ¿nos está diciendo que todo es poesía? Entonces nosotros, como parte del todo, cabemos perfectamente en la expresión de Gustavo Adolfo Bécquer: “poesía… ere tú”.
Siempre he afirmado que el día que podamos definir incuestionablemente la poesía, ya no tendría sentido escribir. Será como un armagedón de paz superficial, si se me permite la expresión. Pero llenado el crucigrama ¿qué viene?

Algunos expertos han afirmado que la poesía es una sola, y los apellidos que le colocan sólo tienen un afán de diseccionarla para poder estudiarla más fácilmente. Yo comparto esta posición. Pero no quiere ello decir, que descarte de tajo a quienes están en la otra orilla. Es más, esta calificación desbroza un poco el gran trigal que es la poesía. Por esto la denominación erótica es perfectamente plausible para entender un poco el largo discurrir histórico del arte de la palabra.
¿Qué tal si expresamos que poesía erótica es decir con palabras lo que la piel quiere sentir? ¿Todo quedaría simplificado? La respuesta es no. De ninguna manera puede ser tan sencillo.

El filósofo francés Henri Bergson, premio Nobel de literatura de 1927, al enseñar filosofía a sus alumnos decía que para comprenderla era necesario vivirla, y para ello ponía el ejemplo de alguien que no conociera París, y en su habitación se saciara de mapas y postales de la ciudad, de tal forma que tuviera un conocimiento teórico de ella. Pero todo eso quedaba en un segundo plano con una simple caminata por cualquiera de las calles de París.
Esto podría aplicarse también a la poesía y al erotismo. ¿Acaso puede haber algo más erótico que el cruce de piernas de la actriz Sharon Stone en la película “Bajos Instintos”?
O ¿las “Nueve semanas y media” de Kim Basinger y Mickey Rourke? Sin olvidar, claro está, “El Cartero llama dos veces”, con las actuaciones de Jack Nicholson y Jessica Lange.
Ahora, me gustaría aclarar, que el erotismo no se queda únicamente en el físico acto sexual, sino que va más allá, en lo sensorial, lo emocional… Es un todo complejo que permite que una relación, independientemente de sus integrantes, tenga una dosis de “magia” (no quería utilizar esta palabra, porque es de las consideradas desgastadas por los poetas), ese misterio inefable que es la poesía del cuerpo.
Largo e inagotable sería hablar de este tema, pero ni mis conocimientos ni el tiempo, me permiten entrar en mayores honduras.

Entonces ¿cómo aplica poesía y erotismo? Hacer poesía con el tema erótico como sustrato es el quid. Parece fácil al decirlo, pero no lo es, de ninguna manera, el hacerlo. No cualquier deseo llevado al papel es arte, ni una experiencia por más interesante que sea, la vuelve poesía erótica. No es el componente sexual el que da el nombre de erótica a la poesía. Tiene que haber el ingrediente artístico.
A mi modo de ver la gran característica de la poesía erótica es la sugerencia, no por falsos pudores ni nada parecido, sino porque permite jugar con una cantidad de posibilidades, y la eventualidad de que los lectores puedan interactuar con el texto.
Milan Kundera, el genial escritor checo alega: “Me atrevo a afirmar que no hay erotismo autentico sin el arte de la ambigüedad; cuando la ambigüedad es poderosa, más viva es la excitación”.
Cuando el joven poeta cartagenero Kenny Castro, dice en su poema:
Te espero
con mis dedos listos
en el interruptor.

Nos está abriendo todo un universo de posibilidades, y cada cual podrá imaginarse qué sucederá después que se apague la luz.

En la versión 2008 del Encuentro de Poesía y Arte Erótico Cartagena de Indias, el artista y diseñador gráfico, Juan Manuel Galindo Diago, se ideó para el afiche del festival, una imagen donde vemos el gorrión o agujero de la cerradura de una puerta, y la idea que transmitía el mismo era que cada cual podía ver por esa ventana al erotismo, todo lo que su imaginación le permitiese. Yo creo que es la mejor alegoría que se podría buscar para la poesía erótica, o una clave sumamente contundente.

Por nada del mundo pensaría que un relato de revistas como Play Boy, Penthouse, Hustler y otras tantas que abundan en los quioscos de muchas ciudades del mundo pueda ser poesía erótica. Tal vez sean eróticas, tal vez tengan algún valor narrativo, pero a mi modo de entender, jamás serán poesía, entendida ésta en su doble connotación de prosa y verso.
Ahora, ¿dónde termina el erotismo y comienza la pornografía? Creo que es una respuesta que cada uno de nosotros debe darse. Parece que hay una línea muy delgada que algunos no alcanzan a apreciar. Quizás no podamos explicar claramente lo que es pornografía, pero sí la reconoceremos cuando la veamos.

No veo la manzana, pero la puedo oler perfectamente en mi quehacer en poesía erótica. Tú tendrás el tuyo y lo respeto. Cada poeta o escritor maneja sus propias ideas y sus propios sistemas, los cuales le pueden servir en determinado momento. Mañana, todo es factible, como cualquier Crusoe, abandonará la seguridad de su isla, dejará a Viernes e irá en busca de otras posibilidades.

No quiero terminar sin contar una de las enseñanzas del maestro zen Ikkyu Sojun, quien predicaba el “zen del hilo rojo” y lo explicaba así: “Nadie puede entrar a este mundo sin haber nacido de hombre y mujer, estamos unidos al sexo por el “hilo rojo” de la sangre desde el nacimiento”. A partir de esto, el sensei nos muestra cómo “muchos caminos parten del pie de la montaña, pero en la cima, todos vemos hacia la luna única y brillante”, y la experiencia sexual es, por supuesto, uno de estos caminos hacia la iluminación.

En alguna parte se afirmaba que García Márquez escribía para que sus amigos lo quisieran más. No sé si esto lo dijo o no, pero en mi caso escribo para ser libre, y el erotismo y la poesía son formas de libertad, así que las cosas que manifiesto aquí no buscan solidaridad ni partido. Antes, por el contrario, respeto el disentimiento y bienvenida la crítica, nave que lleva a la verdad.

1 comentario:

GarlaKat dijo...

Muy de acuerdo con usted, al momento que racionalizamos la poesía habremos perdido su esencia y nos quedamos sin pasión y sin trabajo. Qué somos los que intentamos hacer poesía, sino irracionales jugando con las palabras y el sentimiento. Un muy fuerte abrazo y momento propicio para desearle una felices fiestas.

© Todos los textos son de propiedad exclusiva de Juan Carlos Céspedes (Siddartha)

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La otra orilla…
Todos los poetas hablan de ella
Pero no hay otra
Esta es la única.

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