sábado, 4 de enero de 2014

Prólogo escrito para el libro: Vidas sin Color, de la escritora española Esperanza Ayala Corma


Siempre he creído que la novela es el género literario más adecuado para el tratamiento de los grandes temas de la humanidad, y la lectura de Vidas sin color, de Esperanza Ayala Corma y Alexandre Flich Arnau, me confirma este convencimiento. 

Desde la primera página de esta obra, se adentra uno en la vida intensa de un hombre (Álvaro) por ser honestamente lo que él quiere y sabe que es, pero en un mundo egoísta, lleno de tabúes y prejuicios, de preconceptos e ignorancia absoluta sobre la condición humana, esta actitud le genera verdaderas situaciones estresantes, las cuales se sufren con mayor rigor cuando se relacionan con aquellas personas más cercanas, porque son los seres de quienes menos se espera que nos infrinjan dolor. 

El camino de la identificación y asimilación de una verdadera personalidad no es problema si se realiza dentro de los parámetros establecidos por la sociedad como “correctos”, pero cuando alguien decide u opta por otra elección, esa misma sociedad se siente con autoridad para juzgar y censurar al “atrevido”. 
El protagonista vive toda una odisea para llegar a ser, para ser genuino, honesto con su manera de sentir y pensar. Pero el caso es que se encuentra con todo un mundo de normas absurdas, que señalan, que marcan y definen lo que se debe ser y hacer, no importa la individualidad, menos los sentimientos. Es así y punto. 

Digo que la novela es el género de los grandes temas, porque a través de sus episodios se puede recrear en extenso todas las posibilidades que un personaje vive     —sea real o no—, con todo lo que ello implica. Y es en las relaciones con los demás donde se empiezan y terminan los conflictos, porque es el “otro” quien me señala, me juzga y censura. En la propia aceptación no habría problemas, si no fuera porque hay una opinión latente, sea de alguien individualizado, o la gran opinión del mundo, que es la suma de todas las creencias que se amontonan en el curso de los tiempos.
Pero sabemos que existen personas, y es el caso del protagonista, que se atreven, en un momento de sus vidas, a enfrentarse a todo con tal de sentirse leales a sí mismas. ¿Acaso no es privilegio del ser humano, ser honesto consigo mismo? ¿Por qué ser esclavo del criterio social?, el que incluso no tiene fundamento científico, ni argumento moral, el que muchas veces nace del abuso, del capricho o la ignorancia de quien en un momento dado tuvo el poder.

Pero lo interesante de la novela no es solo la vida del protagonista, hecho que restringiría la importancia y valoración de la misma desde su dimensión literaria, sino que cada personaje juega un rol fundamental en el desarrollo y cohesión desde lo argumental. No hay personaje insignificante, cada uno es valioso porque aporta al juego creativo y al proceso de generar el tema objeto del conflicto. 
La novela a su vez nos cuestiona nuestras propias creencias y convicciones, nuestros valores éticos y morales, nuestra posición frente a la homosexualidad, nuestra capacidad de respetar al otro, de entenderlo, de ser asertivos. Precisamente esta intolerancia de algunos es lo que genera el conflicto con el protagonista, esa incapacidad de aceptación, porque no se acomoda a mis razones, esa incomprensión del derecho ajeno a ser, según el libre desarrollo de la personalidad, hecho que todas las legislaciones civilizadas pregonan, pero que en la práctica siempre será motivo de abuso por su falta de aplicabilidad, de letra muerta.

Esta obra presenta además, un serio cuestionamiento desde lo personal, qué tanto permito que la opinión del otro me condicione, me coarte mi derecho a expresar mi verdadero carácter, mi desarrollo efectivo como ser humano, seguir mis propias pautas de vida, de simplemente ser, en el más estricto sentido de la palabra. Pero una cosa es decirlo y otra ser testigo privilegiado de la peripecias existenciales de nuestro protagonista, que es lo que usted, amigo lector, vivirá al abrir Vidas sin color, una obra escrita con un lenguaje comprensible, sin pretensiones de seudoerudición, porque el carácter de una obra no se mide por sus pretensiones estéticas, sino por el valor de su aporte a la cultura del hombre.  
Pero también es un cuestionamiento a lo institucional: sobre la religión y sus dogmas fríos y deshumanizados, sus juicios hipócritas y posiciones arbitrarias; sobre las legislaciones anacrónicas de Estados de espalda a los nuevos descubrimientos científicos, a la realidad sociológica y psicológica; sobre carácter policivo e inquisitorial de instituciones judiciales y administrativas cuya única actitud es perseguir y maltratar al que se atreve a ser “diferente”.  

No podría decir que la novela versa sobre la homosexualidad, porque sería mezquino de mi parte y no haría justicia a la obra, ya que el libro habla sobre uno de los aspectos fundamentales de la humanidad como es la realización de la persona, y es la libre expresión de la sexualidad uno de los ejes básicos de la salud emocional, por ende, de la tranquilidad espiritual. 
Una persona que se acepta a sí misma, es un ser humano que brilla ante los demás. No implora, ni necesita del permiso de los demás para ser feliz. Es alguien que ha decidido tomar las riendas de su vida, de hacer respetar su sentir y pensar.

Vidas sin color es un libro que vino para quedarse, el cual tiene todos los elementos necesarios para ser de cabecera, de constante consulta para entender lo que viven y sufre personas que se han aceptado como homosexuales, o simplemente diferentes en cualquier aspecto, y lo importante que es entender y respetar dicha decisión.

Juan Carlos Céspedes Acosta
Director Revista La UrraKa

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