miércoles, 14 de septiembre de 2016

Prólogo nuestro al poemario: Hicacos para el dulce. Del escritor y poeta Hugo Donado

Prólogo

    Este libro es un viaje a la nostalgia, a los años maravillosos, al amor por los descubrimientos que deslumbran, al enamoramiento de la tierra sagrada: la de la infancia, la que nos marca el alma para toda la vida, y a la cual siempre volvemos para revivirnos, nutrirnos de la energía vital, y pletóricos de poesía, regresar renovados a la cotidianeidad.

    Debo confesar que lo que más me gustó de este trabajo, es la combinación de poesía en prosa y la forma tradicional del verso, ello demuestra la capacidad y versatilidad del poeta Hugo Donado, porque le permite captar las diversas formas de manifestar el sentir, porque a veces es necesario soltar la mano y que las palabras vayan revelando todo aquello que el poeta guarda muy adentro. Y es que cada texto reclama su propio formato para poder dar lo mejor de sí, y nuestro poeta fue fiel a ese reclamo de la génesis creativa.

    Cuando el poeta se nutre de su tierra, tierra esta sí física, toda ella se le impregna en el ser, sus vericuetos, sus secretos, costumbres, personajes, todo un universo de vida presente en cada estadio del existir y ya será parte integrante de él para siempre. Este poemario trasunta sol, tarde de brisas, Semana Santa, lo vernáculo de nuestras tradiciones, pero también travesuras, fiesta, jolgorio, cumbiamba, la idiosincrasia del hombre del caribe, esas páginas que son los elementos tutelares que sustentan la temática poética de nuestro autor.

    Destacable el formidable tratamiento que hace Hugo Donado de lo sacro mezclado con lo profano, y la belleza literaria que destila ese trenzado magistral, cosa harto difícil, donde han naufragado otros escritores sin su capacidad e inventiva. Es una escritura que contiene la metáfora de la vida, como las tradicionales máscaras del teatro griego —tragedia y comedia—, que el poeta va discurriendo a través de la obra, que se va desplegando vivamente ante nuestros ojos.

    Pero este libro es también un viaje intimista, si se me permite la expresión, por los paisajes luminosos del autor —alegría, tristeza, dolor, amor, eros—, caminos por el que nos conduce con el encantamiento de sus palabras y que nos permite conocer de primera fuente, los episodios que construyeron su vena poética, las raíces fundamentales de Hicacos para el dulce final. En esas raíces fundacionales la figura de la madre del poeta se destaca enorme, plena de complicidad, de ruta segura por los laberintos de la existencia, y Hugo Donado nos canta en su poemario que es hijo-alumno aventajado en el bello arte de vivir.

    Y no puedo dejar de resaltar el espacio vital donde transcurre la mayor parte del ciclo poético de esta obra: Soledad, tierra natal del bardo —la matria, de la que hablara Unamuno—, ubicada en el departamento del Atlántico, la cual palpita siempre reciente en las deliciosas escenas recreadas espléndidamente por nuestro escritor Hugo Donado. El municipio de Soledad puede sentirse orgulloso de este hijo que lo adora, que resuma su aliento, su vitalidad, su carácter; hermoso homenaje del poeta a la tierra que lo nutrió de poesía sin él percatarse de ello.

    Solo me resta agradecer el haber tenido la posibilidad de ser, primero, lector de este libro, acto que degusté con gula irresponsable, casi como si estuviera en la rueda de un cumbión, y después, prologuista, distinción que me dispensó el autor y que he asumido con total compromiso de oficiante de misa de Semana Santa.
    Ahora solo espero que muchos lectores, al igual que yo, realicen la travesía feliz por este libro maravilloso llamado acertadamente: Hicacos para el dulce final, y puedan multiplicar la buena fama que esta obra merece.

Juan Carlos Céspedes Acosta
Cartagena de Indias, 25 de septiembre de 2015 

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