Hoy apareció en la ventana más grande del periódico, se podría decir que se quería salir y reventarme su sonrisa, bajar por las escaleras de las frases, tomarse mi café negro y comer el pan con mantequilla que me puso Ofelia, siempre cumplida con el desayuno. Le puse a la taza la revista que acompaña el diario por si se le ocurría.
Me miró, mejor dicho, nos disparamos, él, muerto allá, y yo, muerto acá. Pero seguimos y él se apoyaba en el borde inferior del marco de la fotografía. Ahora que por fin lo había conseguido, no estaba muy seguro de querer seguir allí, asomado como idiota al filo de la gloria. Si de mí dependiera, allí lo dejaría. Ese era su hambre, por ello salía todas las mañanas a destruir a los demás, a llevarse por delante a cualquier tonto que cometiera el error de cruzársele. Y lo consiguió, el muy hijueputa lo consiguió.
Me provoca mancharle la cara con mantequilla, o con mermelada de fresa para que parezca sangre. Él, tan pulcro, pero la soledad le cuelga como bacalao, la soledad de saberse aislado por la fama, esa perra en celo. Me gustaría tomar de la mesa un lápiz y hacerle unos mostachos de mosquetero, entonces Martha se molestaría, ya que no le gusta que le dañen el periódico sin que haya leído sus notas sociales.
Él se creyó superior, dizque las musas lo visitaban disfrazadas de muchachos y se inspiraba en ellos para hacer su poesía. Pero pensándolo bien, él está atrapado en ese papel que hoy lo muestra triunfante y lleno de orgullo. Martha podrá fastidiarse con un poco de mermelada en el papel, pero la tentación es tan grande.
Un punto en la frente, es más o menos lo que hace él con sus zancadillas a los demás. Mejor cierro la página y hago oídos sordos a sus ruegos para que lo mate.
— Martha, hoy no trajeron el periódico― grito, mientras me dirijo al baño.
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