domingo, 12 de abril de 2015

Cuentos del fútbol

El temible “Pata Brava”

Por Juan Carlos Céspedes

     En la mañana el técnico me ha dicho que iré al banco de suplentes. Es una posibilidad de jugar con los profesionales. Entre los emergentes para el próximo partido soy el único atacante, creo que tengo chance de jugar.
     El encuentro de esta tarde es con el Sportivo, que va liderando la tabla de posiciones; mi club, El Zaga, cierra la misma.
El ambiente en el camerino es de incertidumbre, nadie da un peso por nosotros. Han licenciado a dos extranjeros por bajo rendimiento, y el resto apenas hace lo que puede. La gente dice que nuestro técnico no sirve, no pienso  así, es él quien ha querido llevarme con los profesionales, esto es muy importante para mí.

     El partido se inicia a las 3 y 30 de la tarde de este domingo de aburrimiento. Nuestro estadio luce vacío; unas cuantas banderas rojas de algunos fieles seguidores que han venido a acompañarnos. Allá, en oriental, están mis amigos de barriada, vienen con la esperanza de verme jugar, ojalá las circunstancias lo permitan.
   El árbitro es “Tarjeta”, este año lleva treinta jugadores expulsados; exactamente uno por partido. Comienza el juego y ya nos hemos salvado de un disparo del “Rifle” González que revienta furioso en el horizontal. Mi entrenador por poco se arranca los escasos pelos que el fútbol le ha dejado.
    Uno de los defensas del Sportivo es el famoso “Pata Brava”, un temible zaguero, terror de los delanteros. Nuestro nueve, “El Charrúa”, toma la pelota y el “Pata” lo cruza, el grito se escucha en todo el estadio. El juez no dice nada, nuestro kinesiólogo corre al campo con su maletín de milagros. El D.T. me mira resignado, me ordena que caliente, sin esperar una segunda orden me levanto del banco, las piernas me tiemblan. Salgo de la cueva y me aflojo un poco. Mis amigos hacen bulla desde oriental, me animan gritando mi nombre.
    En el terreno de juego el uruguayo se levanta, va a seguir. La pelota se pone en movimiento, yo sigo calentando, alguien me grita desde las gradas: “cipote solución”. Enseguida perdemos el balón y un veloz contragolpe termina en la red: uno a cero. Nuestro nueve cojea, pide que lo cambien, el rostro del “profe” se contrae nervioso, me llama y me dice: “Entra a la cancha y haz lo mejor que puedas, y cuida tus piernas de “Pata Brava”, no vayas a hacer de marica porque terminas con yeso, juega la pelota a un toque. ¡Vamos, entra ya!”. El cambio está anunciado, sale 9 y entra 18. No sabía qué número tenía mi camiseta. Cuando el uruguayo abandona me dice: “Suerte, chico, cuidado con el patán ése”. Apenas pisé la gramilla un toque fulminante del rival deja a nuestros defensas regados como postes de avenida, la salida del arquero “Mano Floja” Guillén y es el dos a cero.
     La pelota al centro. El diez del Zaga me la va a tocar, es buen jugador, pero esta campaña desastrosa lo tiene desanimado. No me habla nada, me suelta la esférica, la piso y pienso “esta es mi oportunidad, no la voy a desperdiciar”, y arranco hacia el pórtico contrario. No sé cómo, pero me llevé a tres del Sportivo, de pronto, algo oscuro y enorme viene hacia mí como una tromba, era “Pata Brava”. Me lleno de valor y le meto el balón por entre las piernas, ¡gran error! Éste tipo no acepta burlas, y voy al piso por una tremenda sacudida.
     Mi cuerpo duele todo, nunca me habían pegado tan duro, pero pensé que podían sacarme y como pude me levanté, a pesar de que la cabeza me daba vueltas. No sabía por dónde andaba la pelota. Cuando recupero la orientación, el arquero se la da a “Pata Brava”. Sentí un impulso criminal. Di un pique de quince metros y le pegué un patadón de los mil demonios. Se escucho un estrépito cuando ese muro cayó, el árbitro viene y me saca la tarjeta amarilla. El seis del Sportivo y capitán me advierte: “Te metiste en la grande, pibe, mejor que no toques más la pelota”. El tipo se levanta tan furioso que echa humo. El partido se reinicia, los delanteros del Sportivo atacan, yo me quedo en la mitad del campo, me descuido y un puñetazo estalla en mi cara. Perdí las luces. Al volver a abrir los ojos, la pelota está en el centro: tres a cero. “¿Estás bien?”, me pregunta “El Gaucho” López, argentino del Zaga, no respondo. Busco con la mirada a “Pata Brava”, quien me lanza un beso. Me dan la pelota y la regreso de un solo toque, avanzo por la derecha, llego al área contraria, “Pata Brava” me da con la rodilla en la espalda, el juez no lo puede ver, pues sigue la jugada por el otro costado. El profesor de la segunda categoría, el “Pato” García, siempre me decía que debía controlar mi ira, así que aguanté. Y nuevamente otro golpe, esta vez con el codo, me ha caído en la nariz. ¡Sangre! Me olvido de los consejos del “Pato”, me volteo y le pongo un puñetazo al matón. “Pata Brava” se arrodilla, escupe sangre, le he tumbado un diente, pero se levanta con la obsesión del desquite. Al enredarnos a golpes se arma una trifulca de todos contra todos. La policía entra a imponer la paz del bolillo. El diez del Sportivo exclama con un ojo inflamado por alguna trompada viajera: “Che, ¿qué pasa?” El árbitro viene hacía mí con cara de perro asustado, el juez de línea de occidente le fue con algún chisme. El “Tarjeta” me muestra su favorita, ¿Para mí?, le pregunto. “Salga del campo”. En las graderías de oriente, mis amigos, mi barra personal, aplauden a rabiar. Cuando entro al camerino el entrenador me dice rabioso: “tenías que embarrarla”. El “Pato” me acompaña a las duchas, “te lo advertí mil veces”. Mientras me baño escucho el gol de un locutor decepcionado, debe ser el cuatro a cero. “Bueno, pero alguien tenía que darle una lección al bárbaro ese, termina diciendo el “Pato” García.
    Al día siguiente los diarios hablan del diente de menos del zaguero del Sportivo. El presidente de mi equipo, El Zaga, me ha citado a su oficina, me han dicho que es para ofrecerme mi primer contrato profesional.

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