A
manera de presentación
Escribir de un poeta y su
obra es una asignatura compleja, porque es preparar el espíritu para una
especie de ensamble. Porque es necesario adentrarse a ese universo sagrado que
es el alma de un artista, a su creación, a su psique. No de otra forma se puede
hablar con propiedad de algo que es la vida misma, la condición de ese ser
especial, que nos ha tocado en suerte, traducir a efecto de presentarlo a los
demás seres humanos para que comprendan, aunque sea someramente, todo el
arsenal poético que puede habitar en un bardo, porque bardo es sin duda Fernando Cely Herrán.
Cantos desde el sexto
escalón del tiempo, es un tríptico visceral, de la profunda
esencia de un hombre que aceptó el llamado de la gran voz de la poesía, que no
tuvo temor ante el enorme peso sideral que conlleva semejante compromiso, y
antes, por el contrario, asumió el reto con gallardía y sobrado valor, prueba
de ello, es esta obra depurada, decantada, que hoy tengo en mis manos. Son tres
cuerpos tutelares, cada uno con su propio criterio estilístico, su específica
entidad temporo-espacial, su lírica definida, sus voces emancipadas; tres ramas
distintas del mismo frondoso árbol de la poesía, que nos brinda sus frutos
dolorosos, esplendentes, sabios, que como aquel famoso árbol bíblico, nos
permite abrir nuestros ojos a la belleza, al equilibrio, al saber, al
discernimiento.
Un gran poeta es aquel capaz
de trascender su «yo» y enfundarse la piel de sus semejantes, ser los otros,
esos seres silenciosos, vapuleados, que nacieron sin voz, o que no supieron o
no aprendieron a cantar sus penas, alegrías, tristezas, entonces el vate toma
prestada la lanza de Alonso Quijano y derriba muros, y molinos, y mordazas, y
sepulturas, y el universo canta a ritmo de versos, de palabras luminosas, toda
esa vida que bulle frente a nosotros, pero que solo el verdadero poeta es apto
de interpretar, por esa especial condición de empatía con que vibra su alma, su
corazón.
Puedo decir, sin temor, que
he visto esta lanza mítica en manos de don Fernando
Cely Herán, verlo cabalgar por las praderas de las cuartillas, brindando
versos transparentes para que las brisas los lleven en todas las direcciones de
la rosa de los vientos, donde esperan sedientas las almas que encontraron en su
poderoso arte, la posibilidad de ser escuchadas, visibilizadas, eternizadas.
Hilos dispersos,
son veinticinco textos bien hilvanados, que nos llevan de la mano del poeta, por los
vericuetos impredecibles de la vida, ese laberinto de sensaciones, de asombros,
de episodios que forman la existencia del ser. El poeta Fernando Cely es Dante, el de la Divina Comedia, guiándonos por los
veinticinco caminos de los sentidos, mostrándonos, desde su propia experiencia,
la experiencia de todos. En él nos leemos, nos encontramos, nos reconocemos. Es
un intenso «yo lírico», capaz de trascenderlo, de humanizar cada palabra, cada
tropo, cada símbolo, de descifrar lo ignoto, de verbalizar el dolor, la
emoción; darle un ritmo, un rostro poético a lo vivido, padecido, gozado, sufrido.
Son textos que están dispersos, pero no enredados, porque la poesía misma no
obedece a un orden sistemático, a una prefabricación, y el buen poeta lo sabe,
por eso no la asfixia, más bien la deja discurrir, que nombre, que descubra, y
eso mismo hace nuestro maestro y amigo, Fernando
Cely Herrán.
De versos sueltos y otros
dolores, una colección de poemas de variada
extensión, con la presencia total de un «yo poético», que se siente en cada
texto, en cada lira que suena en nuestra alma, en cada verso que nos transmite
el dolor, esos golpes duros de la existencia, textos donde el poeta nos expresa
sus emociones, su profesar la amistad, sus amores, sus días de angustia, de
derrotas, de indignación ante el crimen, al despojo, a la usurpación de los
recursos naturales, pero también su cara a cara con el dolor físico, su
valentía ejemplar ante una presencia acaecida, soportada con estoicismo y
siempre el verso hermoso para paliar la hora crítica. Y qué decir de las
pérdidas personales: del padre inconmensurable, su guía más allá de los días,
letra dolorosa de ausencia; y de la madre, cifra altísima de amor, de
agradecimiento, de fiesta, de luz.
Contrapostales para ciudades insomnes,
En este tercer segmento del tríptico, nuestro
poeta es mucho más lírico, más lúcido, con una sabiduría que le brota de lo más
profundo, de allá, de donde sale auténtica poesía, sin falsas posturas
idiomáticas, con cortes precisos de versos, con imágenes bien logradas que
hacen justicia al nombre dado de «contrapostales», porque son eso, miradas
penetrantes que trascienden la primera impresión de la postal, ya que nuestro
autor, con ayuda de lo poético, entra a la esencia de las cosas y nos las
interpreta, las disecciona, las hace definidas, entendibles, comprensibles, y
así podemos aprehender su verdad última. Ahora una brevísima muestra de arte: No hay dos lluvias iguales en el alma… Cada
gota es un poro/que respira y que llora/ en la fugacidad de las ausencias… Hay
que comprender/que la tristeza es parte de la piel… Nuestros muertos no han
muerto/ nuestros muertos nos miran…
Solo queda invitarlos a
ustedes, amables lectores, a degustar de este tríptico poético, elaborado,
depurado, por un poeta esencial, de casta, que respeta y ama su oficio. Por mi
parte, agradecer al autor la confianza en mí depositada, y el haber tenido el
honor de hurgar en su poética. ¡Hasta siempre!
Juan Carlos Céspedes Acosta
Cartagena de Indias, 6
de agosto de 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario