domingo, 23 de febrero de 2014

Prólogo a mi libro CONTRA TODA EVIDENCIA, LA POESÍA. Realizado por el escritor y poeta Otto Ricardo-Torres

Prólogo

Voy a referirme a Contra toda evidencia, la poesía, el poemario de Juan Carlos Céspedes Acosta.

Da gusto leer un poemario como este, escrito por un hombre íntegro en sus convicciones literarias y políticas. Y digo de una vez que así deben ser las conductas del hombre: En la acción y en la palabra, en cada paso, consecutivamente, a todo lo largo del camino, hasta siempre. 

En este caso, se juntan las dos convicciones: Compromiso pero con arte, como debe ser. Y no panfleto sin arte, para obligar al aplauso de la militancia, de la feligresía, porque es la palabra del jefe.

En este poemario, lo que cumple destacar es el gesto, la actitud que adoptan las palabras, comandadas por el autor. Sin ser poemario lírico, es la postura del autor ante las cosas tangibles de la  vida lo que se destaca, de modo que, por tal razón y como siempre, el autor se constituye en parte importante de su creación: Criatura poética y creador, recíprocamente cada uno hijo del otro.

A través de estas palabras, veo asomarse el rostro nuevo de lo que debe ser, de cómo deben ser las conductas del debido porvenir. Primero, la verdad, la libertad, la solidaridad, nacidas del alma entera; después, el grito, la marcha, si fuere el caso. Mas no la ofensa, la agresión ni la vociferación retóricas, que así creen estar construyendo la convicción y la rabia.

Por ese camino, he adherido a la convicción de que no hay revolución si no es dentro de la revolución, transformándonos para transformar, y ser y hacer lo mejor siempre. Y que la revolución noblemente entendida es la vanguardia en todo: En las ciencias, la filosofía, el arte, la conducta diaria, y no solo en política. Así, la revolución empieza por casa, esto es, a partir de la integridad en/desde la vida cuotidiana. 

Para ello, únicamente es necesario ser, atreverse a ser, a ser libre y veraz, a ser solidario con toda la inmensidad del ser, y atreverse, estando «mortalmente convencidos» de la justeza del camino. Lo demás es palabra vacía, gesto retórico, panfleto fatuo, actitudes reversibles, muecas sordas, pasos patulecos que no van a ninguna parte.

La revolución-vanguardia, como la entiendo, no es patrimonio de un grupo, de un momento, sino cuestión de todos en cada acción, gestión, todos los días. Su meta es la excelencia, no de las élites, sino de todos los que se decidan por el esfuerzo de la solidaridad en el bien común, en la libertad, en la verdad. El mejor, el más bueno, el más maestro, «la frente de los que van conmigo», es el paradigma, el líder revolucionario. No el que asusta primero para después convencer. No el que se trepa sobre los demás para manipular, mandar, subyugar.

Entonces da gusto leer estas acciones que vienen nombradas con palabras de poemas. Da gusto leer la palabra nueva, verdadera, las vislumbres del evangelio del nuevo hombre que hay que diseñar con el perfil de la justicia y la elegancia, de la audacia y la belleza. 

No hay que glosar ningún poema, cada uno dice lo suyo completamente. Y es, lo uno y lo otro, el decir y lo dicho, palabra nueva, no trivial, aportes, dedos indicativos de lo humano universal, empresas, gestas recién nacientes, inéditas. No dichas, pero sentidas, necesarias, con su propio horizonte de palabras y de tareas fecundas en silencio.

En esta mesa del poemario, cada uno ha de servirse a su gusto. El lector culto advertirá el sustrato clásico; otros, el recóndito resplandor y eco de la fuente, la doctrina del ademán.

Admira la ninguna concesión al ripio, ni a la palabra bonita, ni a los lugares comunes, tan frecuentes en el oficio. Admira, digo, la rudeza escueta de la imagen, con cariño viril, sin remilgos ni concesiones a la desmesura ni a la inexactitud. Por donde se sigue infiriendo que el poeta siempre es parte del poema, tanto creador como criatura de este.

He visto virtualmente el cuotidiano partir el pan de Juan Carlos Céspedes Acosta, en la web, en la red, tejiendo su camino, orientando equilibradamente, con paso seguro, claro, cortésmente, sin concesiones a la cobardía ni a la mentira. Hemos discrepado ocasionalmente y, justamente, en la manera de discrepar nos hemos encontrado. 

La antorcha del liderazgo exige dignidad, incancelable compromiso con la verdad y con el bien, «con el fuego sagrado», como solía decir mi lejano amigo, el doctor Álvaro Pío Valencia, «alma bendita». 

Los pasos de Juan Carlos Céspedes Acosta indican la sabiduría segura de ir y de llegar. Que vaya y llegue lejos, hasta el final, la luz vigorosa de su antorcha.

Los dejo con un botón de muestra, el del ojal de la solapa:

Prometeo

Madre grande, señora de las palabras
he sustraído de tu letargo 
un arsenal de voces
                  
sentí necesidad de hablar con mis semejantes
entenderme con ellos, darle otro nombre al pan
sentido a la agonía

                     no me bastaban las miradas
                     ni la señal de los dedos

Abro los ojos
veo un mundo que se expande

estoy dispuesto al precio
he bebido la lucidez.

Otto Ricardo-Torres
Casa Esenia, diciembre 13 del 2013.

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