lunes, 3 de agosto de 2015

Una mirada al minicuento

Una mirada hacia un género maravilloso: el microcuento*

Por Juan Carlos Céspedes Acosta

Si la novela gana por puntos, mientras el cuento lo hace por nocaut, al decir de don Julio Cortázar, entonces el microcuento debería ganar desde el mismo sonido de la campana, agregaría yo. Con esto quiero decir que el microcuento, también llamado microtexto, microrrelato, minicuento o hiperbreve, debe impactar al lector en un lapso de tiempo muy corto.

Desde siempre el ser humano ha sentido fascinación por las historias, sean ellas reales o ficticias. En un comienzo fueron los cuentos de tradición oral, que iban de generación en generación, con los agregados particulares de cada cuentista, hasta la llegada de la escritura, donde las historias anónimas cedieron su lugar a la impronta particular de cada creador, que estampaba su nombre en la obra. 

En un comienzo la extensión dependía del tiempo que tuvieran los escuchas y el mismo narrador, así el cuentista iba contando y creando al tiempo la historia, entonces descubrió, alguien anónimo, el secreto del suspenso, y decidió interrumpir el cuento y dejarlo para el día siguiente. Pero a veces era necesaria la brevedad, y nuestro artista anónimo empezó a jugar con la contundencia de las palabras, cayó en cuenta de que más que los detalles, para ciertas historias importaba más la acción. 

La novela soporta pluralidad de acciones, personajes, espacios, distancia y tiempo, descripciones y múltiples detalles, lo que la hace oportuna para largas historias; pero también el cuento —el cuento normal— tiene lo suyo, puede con ciertas características de la novela, aunque en proporciones mínimas, sin la desmesura de aquella: menos personajes, obviamente, casi siempre una acción en un solo plano narrativo, lo que lo hace efectivo e impactante. 

Pero hacía falta más concisión, mayor esfuerzo en recortar la historia, darle más impacto a la acción, más fuerza a la palabra, que cada vocablo tuviera el efecto de una ficha de dominó, que al desequilibrarse causara una reacción en cadena tan contunde que el lector fuese absorbido por el texto. Por esto es que el minicuento está tan emparentado con la poesía, porque se vale del celo que esta tiene por el peso efectivo de las palabras y por la necesidad de decir mucho con tan poco. 

El minicuento es una historia contada de manera breve, en mi concepto no debe pasar de una cuartilla, y entre más corto sea, mejor. Porque su valor está precisamente en la capacidad que tenga el autor de darle vida a una historia en pocas palabras. Que sea capaz de hacer de una acción, un instante culmen, que no sea necesario tomar impulso para llegar a ese gran momento de la historia, sino que todo él sea ese gran momento.

Algunos autores prefieren la sugerencia, hacer partícipe al lector de la interpretación de la historia, que cada quien la desentrañe, la termine con todo el imaginario que lleva dentro de sí. Otros prefieren el final inesperado, la puerta que se cierra de golpe, la revelación del asunto, etc. En fin, cualquiera sea el estilo o el recurso del escritor, son válidos para los propósitos de conceptualizar sobre el género, y a mayor variedad de estilos, mejor le va al lector. 

Lo que sí hay que desvirtuar de un solo tajo, es la idea de que es un género fácil, ¡nada más falso y equivocado! Eso solo son impresiones superficiales de personas que desconocen el tema, son “maximalistas” literarios, que miden la calidad de un texto en proporción al volumen, o al conteo de palabras. Es en su brevedad donde radica su dificultad, su arte; el arte de crear una historia en una acción, y con palabras exactas, quirúrgicas, precisas, donde nada sobre, ni nada se pueda quitar sin destruir el cuento. 

Se puede decir mucho sobre este género literario, que no es nuevo, por cierto, tiene, incluso, raíces en el medioevo con los bestiarios, pero entrar a profundizar en él sería asunto de más espacio, con el que no cuento, sin embargo, sea la oportunidad para hacerle el reconocimiento que merece. Su importancia se disparó en la segunda mitad del siglo XX con el conocimiento de autores como Augusto Monterroso, Jorge Luis Borges, Marco Denevi, Juan José Arreola, Frank Kafka, entre otros muchos que permanecían ocultos en las páginas olvidadas de la literatura. Pero sin duda el gran detonante fue el microtexto “El dinosaurio”, del maestro Monterroso: Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.  A partir de entonces, el género adquirió mayoría de edad.

Celebro que la poeta y docente, Carmen Ceci Morales, haya tenido la genial idea de trabajar con sus alumnos este género, que los chicos descubran su valor, su importancia, sus posibilidades infinitas, que entren al maravilloso mundo de las letras por esta puerta tan especial. Sea esta la oportunidad para saludarlos a todos, invitarlos a que sigan escribiendo, descubriendo, explorando. Por mi parte, agradezco la oportunidad de prologar esta antología de minicuentos, de compartir, de alguna forma, este espacio con ellos. Les deseo muchos éxitos y siempre adelante.     

*    Especial para La revista de las Bodas de oro de La Institución Educativa Nuestra Señora del Carmen de Chinú     

2 comentarios:

Profesora Carmen Cecilia Morales González dijo...

Interesante artículo sobre este género muy de moda que requiere de la participación del lector, felicitaciones maestro Juan Carlos Céspedes Acosta, ya los niños de la Institución Educativa Nuestra Señora del Carmen te conocen a través de la lectura de tu libro "Muchas historias/ pocas palabras"

Unknown dijo...

Excelente! Voy a empezar a trabajar en éste género, sería una buena estrategia para atraer a los apáticos a la lectura.

© Todos los textos son de propiedad exclusiva de Juan Carlos Céspedes (Siddartha)

El material de este blog puede ser reproducido citando la fuente y el autor

La otra orilla…
Todos los poetas hablan de ella
Pero no hay otra
Esta es la única.

Te ofrezco mi amistad.

Tres poemas de mi cosecha

Un viaje por la fotografía.

El Oráculo de Sidarzia

Un minicuento