sábado, 1 de febrero de 2020

Reseña de Contra toda evidencia, el cuento

Contra toda evidencia, el cuento

Pos Paola Sualvez


Un universo habitado por personajes únicos, que danzan a través de escenas estructuradas con una imaginación desbordante y la maestría de la palabra es lo que nos ofrece Juan Carlos Céspedes Acosta en su libro Contra toda evidencia, el cuento. El libro, que consta de veinticuatro relatos, llama de forma positiva a la relectura para visitar de nuevo esos espacios construidos con genialidad. Cada pieza se vive como una oportunidad de transitar la ficción cespediana. Los relatos no tienen una sola voz son lienzos donde se cuelan las voces de los olvidados, amantes, desesperados, insoportables, infractores, escritores, amigos, y quizá, nosotros mismos. La estela de cada relato abriga el pensamiento como si se tratara de seres conocidos, con los que quizá nos sentamos a tomar café, hablamos en la calle o soñamos en algún momento. Otra particularidad es que son relatos con varias capas que reclaman del lector su libre interpretación o una postura frente a la historia, convirtiéndolo en sujeto activo y pensante. De manera que, esta colección de relatos es una propuesta que mantendrá la atención del lector hasta el final, no solo por el contenido, sino por la forma en que el autor guía la narración con las palabras exactas y necesarias y por la prosa poética que se filtra de forma natural y espontánea. 

Aquí, un fragmento del relato El sexto elemento

“Toma el picaporte, le da vuelta lentamente, con mucho sigilo, como si temiera encontrarse con una escena desagradable. Va abriendo, asoma con cautela la cabeza, sus ojos listos para dilucidar el misterio, cuando alcanza a mirar hacia afuera, ¡el resto de la casa ha desaparecido! 
Se encuentra al borde de un gran vacío, instintivamente se agarra del marco de la puerta para no caer, da un paso atrás y cierra. Suspira, piensa que debe estar en medio de un sueño, así que decide abrir de nuevo, esperando encontrar todo en su lugar. Ni siquiera se acuerda de la sustancia que ahora le llega a las pantorrillas”. 

La historia se desarrolla en un mundo que es invadido por una sustancia gelatinosa, extraña. El conflicto que se plantea es la incapacidad de luchar contra lo inevitable y que lleva al protagonista a tomar la decisión de lanzarse al abismo. Paradójicamente, ese salto es un renacer, ya que el ciclo nuevamente empieza con la escena inicial ahora con una mujer. Es el uroboro de la vida misma, la lucha continua por superar la vaguedad de nuestra existencia, la inaceptación de nuestra mortalidad. 

En El ruido el planteamiento nos lleva a sumergirnos en una realidad en la que el hombre no puede encontrarse con sus propios pensamientos. El ruido es el protagonista de este relato, donde asume un papel invasivo, incontrolable, que domina nuestra existencia. No representa solo el ruido físico, es el ruido de nuestros afanes diarios, la imposibilidad de mantener la mente en el presente, en el ahora, es el bombardeo constante de información y la lucha por escapar de esa nube densa para tratar de reencontrarnos con nosotros mismos. 

“Ruido sin fin, ruido sin alma, la gente entrando y saliendo, tirando las puertas, haciendo sonar los timbres, los teléfonos repicando, los vendedores golpeando por las ventanas, las emisoras atacando con sus letales comerciales, las conversaciones encima, voces y más voces, labios que se mueven, manos en ademanes para reforzar las palabras que ya no sirven porque perdieron su significancia, las bocinas de los largos gusanos del semáforo, la gente que se pelea, las construcciones, las máquinas, la tecnología, la automatización del ser y todo vibrando en eco diario, persistente, descontrolado, las guerras, los discursos, la economía, la miseria, el hambre, los cementerios, y este búnker ineficaz, donde todo llega y nada me salva”. 

El humor también está presente de la mano del escenario perfecto: Un taller literario. Aquí chocan los egos, la necesidad de ser reconocido, la inexperiencia, los pudientes y desamparados, la falta de credibilidad; al final, un reflejo de nuestra sociedad. Se cuecen enemistades, nacen admiraciones, pulula la crítica constructiva y la que solo busca aplastar al otro para que solo reine “yo”, el mejor de todos. Del relato ¿Alguien más quiere leer?

“Se hace un largo silencio. Bertha se había olvidado que la coordinación estaba en sus manos. Ahora valora más a Rufino, ella misma sintió lo duro que patea el potro. Marcos limpiaba sus anteojos con esmero. Felipe aún temblaba de ira. Michelle estaba que la seguía con uña y todo. Alberto se deleitaba con un dulce de ron con pasas. Y todos los demás ensimismados con sus cosas; algunos guardaban con disimulo sus escritos para evitar las críticas. 
De pronto Bertha recupera la lucidez y pregunta: 
—¿Alguien más quiere leer?” 

Del cuento Solo vine a morir a este pueblo:

“Parezco un adolescente metiendo la mirada por donde apenas cabe una fotografía, la imagen de esa mujer frente al mar, brazos abiertos al infinito, una aparición que me llena los ojos, a mí, viejo de sesenta y cinco años, sin argumento para más vida, convocado por la muerte a este último viaje. Siento un tropel en el pecho, como si aún tuviera corazón… Benicia se pega más a mí, un relámpago alumbra la habitación, esta madrugada es mía, me pertenece, suma de mis edades, sangre moviendo este corazón con ganas de vivir, la aprieto fuerte, este cuerpo es mío…” 


Cuando parece que todo está perdido, el amor se revela como la fuerza capaz de crear un nuevo camino; luz que tiñe de esperanza la agonía, la soledad. El protagonista busca un pueblo cualquiera para esperar la muerte, pero la vida le entrega a Benicia, la Beatriz que lo salva y lo redime, que le hace saber que no somos quienes para decidir en que momento dejamos de sentir. Así como el mar que da la vida, mientras seamos capaces de respirar, daremos lo que hay dentro de nosotros aun con miedo, porque esa es nuestra naturaleza, aunque nos escondamos en el punto más remoto de nuestros discursos o nos engalanemos anticipadamente con las vestiduras de la muerte. 

El hombre que se deshace es un relato contundente; una metáfora que se sufre y perdura en la memoria, un texto universal y un referente de la ficción cespediana. La inconciencia de la perdida y la negación se traduce en alucinaciones que transfiguran al protagonista. No hay manera de escapar del sitio creado por el mismo; cárcel inhóspita, sin rejas ni cancerberos, donde él es único verdugo. Una pesadilla viva que recorre con él sus recuerdos y su angustioso presente de soledad y abandono.

“Al comienzo esto me causaba horror; me agachaba nervioso a recoger un pedazo de nariz, a examinarlo y comprobar que efectivamente me pertenecía, y sí, todo lo que hallaba era mío, después me palpaba para verificar la pérdida ¡y ahí estaban otra vez en su sitio!... Corrí a las escaleras para agarrar mi pie, este subió a saltos los peldaños; cuando llegué arriba se había esfumado, solo encontré el zapato y vi con espanto que yo llevaba solamente el izquierdo… Después de una hora de anotaciones y consultas, levanté la cabeza para descansar y vi, en una mesa contigua, a un hombre idéntico a mí, parecía el reflejo de un espejo, pero algo absurdo me llamó la atención: ¡mi otro yo no tenía boca!” 

El poeta y escritor Juan Carlos Céspedes, se desplaza con una técnica depurada a través de cada historia, para heredarnos una obra que funge como una espiral de ideas y visiones enmarcadas por su cosmovisión y filosofía de vida. Asimismo, es imperativo mencionar el prólogo de Mara Castell el cual enaltece este trabajo literario con un análisis detallado y bien sustentando; páginas que nos introducen al texto y que no debemos pasar por alto. 

En resumen, el lector vivirá con este libro la verdadera literatura y hará parte de una fiesta, donde palabra e imaginación se funden para recrear una experiencia inolvidable.

No hay comentarios:

© Todos los textos son de propiedad exclusiva de Juan Carlos Céspedes (Siddartha)

El material de este blog puede ser reproducido citando la fuente y el autor

La otra orilla…
Todos los poetas hablan de ella
Pero no hay otra
Esta es la única.

Te ofrezco mi amistad.

Tres poemas de mi cosecha

Un viaje por la fotografía.

El Oráculo de Sidarzia

Un minicuento