lunes, 2 de marzo de 2020

Prólogo al libro: Dios: ¿para qué me creaste?


Prologo

Confieso que escribir sobre temas metafísicos, me genera cierta inquietud, porque entra uno a campos inciertos, más propios de la fe, que de la dialéctica y la comprobación científica. Pero este libro de Mimi Juliao, me dejó con la sensación de que muchos de los asuntos que ella trata en él, son perfectamente posibles y factibles de creer por la forma discursiva como los trata, utilizando en ello, para mi asombro, el apoyo de la misma ciencia.

Desde que los humanos tenemos uso de razón, siempre nos asalta la curiosidad cardinal de saber nuestro origen, si existe un más allá, un mundo paralelo, una dimensión desconocida, una deidad todopoderosa, un mundo místico, un panteón de dioses eternos, todo ello debido a nuestra propia fugacidad, a nuestra finitud de conocimiento, a la incapacidad de solucionar, mediante un simple racionamiento, el teorema esencial de la gran y única verdad, la cual pueda resolver todas las dudas, y nuestra escritora no podía ser ajena a esta turbación. 
Desde el génesis de esta experiencia fundamental, que da origen a esta obra, Mimi Juliao iba a la iglesia católica de la mano de su progenitora —como es lógico en un país tradicionalista y conservador—, pero nada extraordinario sucedía, a pesar de que la niña veía un fervor especial en su madre, ella no sentía lo mismo. Pero de tanto desear una vivencia significativa, una presencia especial, un día, por fin, tienen una experiencia trascendental y el mensaje primigenio que recibe es sobre el amor.

Desde ese instante, y de la mano de la autora, llevando la primera consigna recibida —el amor —, comienza un interesantísimo peregrinaje místico en busca de la verdad, que no escribiré aquí, para no aguar las maravillas de este viaje, baste decir que es de una lectura deliciosa, casi como si Mimi estuviera a nuestro lado, contando de viva voz, su trasegar por esa senda luminosa de hermosos descubrimientos. En un lenguaje diáfano, libre de posturas seudointelectuales, en una primera persona amena, nos hace sentir como si estuviéramos leyendo una novela, porque el ejercicio de la indagación es permanente y ello nos lleva a la acción, que siempre será una formula segura para evitar el aburrimiento.

  «Somos trashumantes del cosmos en busca de la luz y de la verdad. Peregrinos de paso por la tierra. Viajeros que vamos por una senda eterna», le dice Aris-Far-El —personaje espiritual — a nuestra escritora, en uno de los tantos encuentros místicos que ella sostuvo con esa entidad, en ese proceso de pesquisa por hallar el camino de la luz. Es menester aclarar a esta altura, que este libro no versa sobre un hecho de iluminación súbita, sino de un humilde sumario de preguntas, indagaciones, exploraciones, que la fueron acercando a ella, a Mimi, a la revelación total de su realidad sistémica, y por ende, de un hecho espiritual muy humano, la existencia del legendario «cordón de plata» que nos trasciende y comunica con la energía y poder universal: Dios.

Desde mi orilla búdica, leí con mucho cuidado y reverencia esta travesía espiritual, encontrando realidades concordantes, similitudes palmarias con la senda o «camino del medio», lo que ha servido para confirmarme que muchas son las rutas desde donde se puede partir al encuentro de la Gran Verdad, y que es del hombre, a paso de fe y esperanza, buscar su esencia, su razón de ser, el punto de la cita eterna, el hallazgo supremo con Dios. 
No es un asunto de religiones, ni de métodos, ni tratados, que solo buscan adeptos y ampliar la confusión y el caos, es, a mi modo de entender, la búsqueda necesaria y fundamental del ser, su entendimiento y comprensión de la esencia divina que vive en la carne que somos, de la penetración en la esfera de poder donde se manifiesta el Creador, y Mimi nos lleva en este libro, a ese lugar de conciencia donde nos aguarda, si somos humildes, las respuestas que saciarán el espíritu. «Cuando el ojo místico espiritual se abre, su ojo físico se cierra; no ve nada más que Dios», decía Abu Sulayman Ad-Darani.

No es una cita con una médium, es la voz humana hecha palabra, la experiencia primordial de una mujer, que por fortuna tiene el don de la sencillez literaria, por medio de la cual nos permitirá adentrarnos a pasajes, que en apariencia son inexpugnables, y valga recordar al escritor Antoine Saint Exupery en El Principito: «… solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos», y a Jesús, el Gran Rabí, quien nos enseñó que debíamos ser como niños para comprender ciertas cosas. Yo me quité los ojos y abrí el corazón, entonces seguí callado y simple a la autora de este magnífico libro, cuando terminé de andar este camino, me sentí pleno de conciencia y con la certeza de que mi vida sí tenía sentido.

Espero que todo lector que se adentre por esta obra, lo haga con mansedumbre de espíritu, y de seguro que su viaje por estas líneas, no será en vano. ¡Gassho!    

Juan Carlos Céspedes Acosta
Cartagena del Caribe, 13 de agosto de 2019  

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