Las manos que cortan el aire
El tiempo se mueve lento, parece una espiga mecida por la brisa.
Trae una cadencia que lleva el compás de mi sangre,
como una clave que debo descifrar.
Miro las flores que brotan de mis dedos, pétalos de sedas oscuras,
con palabras de lenguas antiguas; voces muertas por el olvido,
y danzamos mi ser y el tiempo.
Mis pies giran sobre la tierra, escarban de los idiomas enterrados
los códigos ocultos, esos que nos puedan hacer la lectura
de lo que fuimos y se perdió en las viejas páginas calcinadas.
El tiempo hace sombras, lo sigo exacto para que me revele
dónde quedaron los enigmas que los primeros poetas dilucidaron
a trazos de palabras en el cielo.
Hacemos fuego místico con la piel, algo debo entregar por el privilegio
de romper el velo que hay delante de la esencia de las cosas.
En mis manos llueven cristales que se estrellan en el crisol del verbo
y escribo al vaivén de la vida, ¡tengo en mis ojos la videncia!,
por un instante comprendo lo eterno y caigo vencido.
©Juan Carlos Céspedes Acosta
Del libro: Función para una silla vacía
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